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La tragedia de Roberto Clemente ocurrió hace 29 años, pero lo seguimos llorando, aquí en Nicaragua y en cualquier parte. Su ejemplo de sacrificio, es enternecedor y estremecedor...Roberto, sigue siendo un héroe, de esos, que nunca mueren.
El 31 de Diciembre de 1972, una semana después de la Recepción Inmaculada de Franco Harris, los Steelers perdieron ante los invictos Miami Dolphins en el juego de campeonato de la AFC. Los decepcionados ciudadanos de Pittsburgh salieron a las obligatorias fiestas de fin de año, desalentados porque solo tenían un año nuevo que celebrar, y no un Super Bowl, también.
Unas cuantas horas más tarde, la derrota de los Steelers no parecía tan importante. El primer día de 1973 trajo una noticia inconcebiblemente mala que muchos en la ciudad todavía no pueden llegar completamente a creer.
Roberto Clemente, el alma misma de los Piratas de Pittsburgh durante casi 20 años, había muerto...Tenía solo 38 años -- viejo para un pelotero quizás, pero incuestionablemente joven para un hombre tan activo, tan talentoso, tan apuesto, tan vivo.
Sus mejores días en el baseball se habían ido, pero sus habilidades apenas se habían erosionado. No había ninguna plática de que debiera retirarse -- solo 15 meses antes había liderado a los Piratas hacia una victoria de Serie Mundial que frustró a los Orioles de Baltimore. Hablaba de jugar cinco años más.
Luego, en un lapso no más largo del que le tomaba soltar uno de sus poderosos tiros desde el right field, se había ido, su vida había sido borrada por un accidente de avión mientras ayudaba a transportar toneladas de suplementos de ayuda desde su nativa Puerto Rico a las víctimas del terremoto de Nicaragua.
Una ciudad incrédula se precipitó a sus televisores para observar las imágenes que permanecen taladas en las memorias de una generación de fanáticos de los Piratas.
De la esposa de Clemente, Vera, parada desconsolada sobre la playa Puertorriqueña, mirando mientras los trabajadores de rescate no lograban recuperar su cuerpo. De Manny Sanguillen, su compañero de equipo y un hombre que lo idolatraba, tirándose implacablemente, una y otra vez, a las tercas aguas para encontrar al amigo que no estaba convencido que se había ido. De los devastados Puertorriqueños, con lágrimas en sus rostros mientras lloraban al hombre que veneraban, y todavía veneran, como un rey.
Estaban separados por casi 2,000 millas, un mar tropical, idiomas diferentes y vastas diferencias económicas y culturales, pero esta mañana de lunes, la gente de Pittsburgh y la de Puerto Rico compartían un dolor especial y una pregunta sin respuesta.
¿Por qué?...¿Por qué?...¿Por qué?...Hasta esta fecha, se hacen la misma pregunta..."Todavía lo veo algunas veces cuando estoy sola", dijo Vera Clemente, quien se casó con su esposo ocho años antes de su muerte y crió a sus tres hijos. "La gente lo recuerda como un pelotero pero era mucho más que eso. Era un padre, un esposo, un hombre maravilloso."
Steve Blass, un compañero de equipo y ahora locutor de los Piratas, habla de mirar algunas veces el espacio verde debajo de él en el Three Rivers Stadium y ver la imagen inconfundible de Clemente -- corriendo, deslizándose, sonriendo, esperando un rebote de la pared y soltando un tiro de un bounce al plato.
"El fue el único jugador que los jugadores en otros equipos no querían perder", dijo Blass. "Salían corriendo de la casaclub para mirarlo tomar las prácticas de bateo. Podía hacer que un veterano de 10 años actuara como un chico de 10."
Pittsburgh lo recuerda, también, aunque los fanáticos de los Piratas deben tener unos 30 años para retener cualquier recuerdo de verlo jugar en persona. Vayan a cualquier partido de los Piratas, y es imposible que no le recuerden al hombre conocido como El Grande.
Desde la estatua afuera del Three Rivers Stadium, hasta los jerseys No. 21 que abundan en los puestos, hasta las camisetas que portan su imagen, Clemente parece estar en todos lados.
Y aunque las ventas de souvenirs y mercadería son impulsadas por los fanáticos de 20 y pico de años que es demasiado joven para haberlo visto jugar, los jerseys y camisetas de Clemente siguen siendo hasta el momento las más populares de los Piratas. Su familia es cautelosa de la sobre-exposición, de abaratar la imagen de lo que una vez fue el jugador más orgulloso del baseball, pero, en Pittsburgh, cualquier cosa con la imagen de Clemente se vende.
Su foto todavía cuelga en las paredes de las habitaciones de incontables jugadores de Liga Menor. Los hospitales, parques de juego y escuelas son nombrados en su honor, no solo en su país nativo sino que en su adoptado, también.
Remarcablemente, Clemente disfruta de mucha más popularidad ahora que cuando ganó 12 premios Guante de Oro, cuatro títulos de bateo de la Liga Nacional y jugó en 12 partidos de Estrellas consecutivos. Razón por la cual refleja cambios no solo en la sociedad Americana, sino en la pequeña Pittsburgh.
Siempre fue popular y respetado en Pittsburgh, pero se requirió de su muerte para que la ciudad se diera cuenta de lo que había perdido -- no solo un gran atleta, talvés el más grande en la historia de la franquicia, sino una persona humanitaria, un símbolo cultural, un héroe.
Ese es el Roberto Clemente que Pittsburgh recuerda hoy en día. "Le dimos al término 'completo' un nuevo significado, dijo el antiguo comisionado de baseball Bowie Kuhn durante su elogio de 1973 a Clemente. "Hizo que la palabra "super estrella" pareciera inadecuada. Tenía en él el toque de la realeza."
Edgard Tijerino Mantilla escribe su columna de Doble Play, en Liga Nica, en Nicaragua.
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Open to the UNIVERSE in 2005 and beyond
Cuidese...que de los buenos quedamos pocos...
From the Old Shortstop...
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